miércoles, 25 de septiembre de 2013

Gloriosa maldición llamada amor


Siempre que podía organizaba una visita aquella casa encantada, me gustaba pasar miedo con los fantasmas de ella o incluso los míos.

 Entré de pequeño buscando refugio de una tormenta intensa, que hacía que me estremeciese con cada trueno, claro que por aquel entonces no sabía lo que habitaba ahí.
Me quedé atónito al ver aquella presencia, no se distinguía una cara, solo era una voz amable que me ofreció una manta para el frío, una taza de chocolate y una buena conversación. Cuando me quería dar cuenta ya me había abrazado y yo no sabía que sentir, era la primera vez que me abrazaban y era una sensación muy mágica y creí que debía devolvérsela. El día que decidí devolvérselo me echo de la casa como si de un extraño se tratase, con aquella terrorífica experiencia descubrí el daño que podía hacer una presencia que aunque creí conocerla no fue así.

Unos años más tarde no podía creer que buscando otros sitios que visitar encontraría la casa de mis pesadillas, esta vez parecía más distinta, más segura.

Al entrar observé que estaban todos los muebles cambiados de sitio pero eran los mismos que la primera vez, a excepción de un cuadro de aquella vieja amiga que en su día me ofreció cobijo. Bajó de las escaleras otra de ellas, también sin rostro como la primera pero más bella que aquella. Al parecer me conocía de antes, y en el fondo creo que yo también. Me ofreció la misma manta usada que la primera, me la puse y empezamos a hablar mientras tenía recuerdos de la primera vez, me preguntaba si acabaría igual. Esta vez fue distinto e igual al mismo tiempo, me dijo que aceptaba el abrazo pero no estaba preparada para recibirlo, así que me invitó a salir de casa. Estuvo unos meses intentando saber de mí pero yo me escondía de ella, por rabia quizás. Al final cedí a su plan de ser amigos y de momento estamos geniales.

Pasaron años hasta que volví a encontrarla, parecía más desgastada con los años pero parecía estable así que decidí entrar otra vez, esta vez más optimista.

Como ya presentía un nuevo cuadro estaba en la colección, mi amiga, mi segundo fantasma. La nueva dueña de la casa parecía más propensa a darme el ansiado abrazo pero después de aquellas dos no sabía que pensar. Algo raro me pasaba al verla, parecía la misma que las otras dos, mismo cuerpo, misma cara borrosa, igual mi subconsciente había hecho en todas las presencias de la casa una imagen de la primera. Para que contar de qué hablamos si lo que importa es que no conseguí lo que quise, aunque lo intenté dos veces, lo mejor sería mantenerla en la lista de contactos para dentro de unos años reírnos de todo esto sentados en un sofá con una buena taza de chocolate.

Nunca creí que volvería a aquella casa del infierno, donde otros salían felices y yo no hacía más que fracasar una y otra vez, me estaba volviendo loco y ya no sabía qué hacer con ella. ¿Debía quemarla? ¿Debía decirle a todo el mundo que entrara solo para que pasara por lo mismo que yo? Decidí que debía alejarme de allí por un tiempo hasta que el tiempo me cruzara con ella otra vez.

Entonces fue cuando un amigo me hablo de ella, una media naranja quizás, no lo podía saber, residía en una casa de campo muy lejos de donde yo vivía, así que decidí ver si valía la pena. Me recibió con los brazos abiertos como yo lo hubiera hecho, me ofreció una bebido como yo lo hubiera hecho, me sonrió como yo lo hubiera hecho. Después de todo lo que había pasado decidí que si tan parecida era a mí, debía conseguir que no hiciera lo mismo que yo, debía quedarme a su lado sin que el maldito pincel se lograra alzar otra vez.


Esta vez debía estar colgado yo.