Anochecía y conforme la oscuridad se iba apoderando
de la calle, más gente la abandonaba para volver al cómodo calor del hogar. Sin
embargo a él le gustaba la sensación de tranquilidad que ofrece en ocasiones la
soledad. Con el paso del tiempo, se había dado cuenta de que cuando algo va
mal, lo primero que uno tiene que hacer es recordarse a si mismo lo mucho que
se quiere, porque esa es por suerte o por desgracia la única persona que va a
pasar con nosotros toda la vida…
La realidad es que de nada sirve castigarse
echándose la culpa de que todo se haya ido al traste, porque normalmente, de
esta manera el dolor se queda más dentro y es mucho más complicado librarse de el.
Es verdad que conforme maduras y creces te vas dando cuenta de las pocas
personas que realmente merecen la pena, pero aun así, cuando alguien importante
desaparece sigue siendo catastrófico volver a recomponer los pedazos que quedan
de ti.
De repente, sonrió, quizá porque se dio cuenta de
que conforme habían pasado los años, cada persona que había salido de su vida
le había dado cierta fuerza para poder afrontar las despedidas con una
admirable dignidad. Se alegraba de ello. Quizá esta vez también fuera así, y pudiera
librarse pronto de esa horrible sensación que le revolvía el estomago. Suponía que
era algo de lo que no podría librarse y no se equivocaba…pero esa noche, con el
frio de la madrugada envolviéndole en su soledad, acabo por darse cuenta de que
lo que te ocurre en la vida está siempre guiado por los ojos con los que
decidas mirarlo.
A lo mejor era el momento de cambiar el modo de ver
las cosas, y empezar a ser un poco más optimista, respecto al futuro y sobre
todo al pasado, para así poder soportar el presente de un modo mucho más
agradable.
Se levantó y empezó a caminar con la cabeza alta, y
mientras amanecía se veía su sombra avanzar por las calles rumbo a algún lugar.
Yo diría que cualquiera con uso de razón se hubiera dado cuenta de que esa
noche, fue la primera noche del resto de la vida de aquel chico.
Elena Garrigós
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