miércoles, 2 de octubre de 2013

Joyero libertador

Primero vio el azabache, que le recordó a la larga carretera que peinó hasta llegar a encontrarse ante esos grandes zafiros en los que le gustaba mirarse. Aquellas dos gemas eran sus favoritas, pues en ellas se veía reflejado, a él, el resto de su colección y a lo lejos veía aquella preciosa prisionera atada con cadenas al suelo como siempre estaba.

Luego pasaría a ese cuarzo rosa tan hipnótico que nunca sabia cuando dejar de besar. Él pensó que engarzando entre ellas conseguiría la mayor joya que nunca hubiese visto el mundo, y quizá hubiera encontrado la felicidad con ellas. No podría saber que aprisionándolas les quitaba valor, les quitaba la magia, les quitaba el color.

Rodeo su imponente escultura  de hielo y mármol, solo un artista de buena fama podría haber hecho esa obra tan frágil y fuerte a la vez. El tacto que ofrecía te entregaba un sinfín de sinónimos de belleza pero aun sin saber lo que había dentro, él sabía que yacía tristeza mezclada con alegría, quizás por haber sido manejada por otros mediocres artistas que no supieron tratarla como era adecuado. Era una Venus recién salida del cuadro y debía protegerse como si se tratase de una diosa, por eso estaba detrás de un cristal reforzado con grietas acumuladas en el interior.

Y por fin el más preciado objeto de deseo después de los grandes zafiros, su gran diamante. Quizás igualaba el valor de todas las joyas que tenía en aquella apagada pero eficiente tienda que logró albergar a varias modelos antes de que una le prendiera fuego a la tienda e intentara liberar sus joyas. Un diamante  que le servía para vivir, que le daba la magia necesaria a los otros componentes para hacer a la colección toda una perfección.

El joyero la miró enamorado y apenado a la vez, pues además de ver su brillo veía el reflejo de una vitrina aislándola del mundo exterior. Aislándola de poder hacer feliz a un hombre a modo de regalo para su amada, o formando parte de un complemento de lujo para una famosa, o simplemente pasando a las manos de una niña que las guardaría como un tesoro hasta dárselo a su hija. El joyero se sacó la llave maestra del bolsillo del pecho, y dejó libre a las joyas, estas viajarían por el mundo llenándolo de sonrisas y de alegría. El joyero quedaría solo pero orgulloso por haber cuidado tan bien de ellas, desde que eran pequeñitas hasta que supieron buscar su camino en la vida.


Pues toda gema es más bella sin las cadenas.

No hay comentarios:

Publicar un comentario