La pianista se sentó para empezar a interpretar
aquella partitura improvisada de la que apenas recordaba el orden de las notas
que debía tocar.
Retorciendo las notas una a una iba pensando en el
dolor que tuvo que pasar para llegar hasta donde estaba. Cada lágrima segregada
no era más que otra nota añadida a la partitura que hacía que la canción se
volviera más oscura con el tiempo.
Solamente había que fijarse en el público que yacía
en aquel teatro expectante de cómo se desarrollaría la trama de aquella
experiencia musical. En la fila de enfrente se sentarías los aristocráticos ya
sordos del lujo de poder acudir a esta clase de eventos cada día.
Dominando el piano iba apretando los dedos con cada
tecla haciendo resonar su corazón cada vez con más intensidad. En los balcones
de la derecha estarían las canciones que compusieron el dolor de la pianista
capaz de hacer que aquella partitura fuese real.
Sintiendo la música fluyendo por sus dedos podía
notar el esfuerzo y el dolor de cada nota por salir de aquella prisión hecha de
blanco y negro. En los balcones de la izquierda estarían las oportunidades
perdidas gracias a las canciones que tanto bien hicieron en su vida.
Mientras
seguía tocando las paredes del teatro iban contrayéndose de manera que cada
persona escucharía un tono más con cada nota, una palabra más con cada sonido,
un sentimiento más con cada tecla.
Fatigada
seguía tocando como si el tiempo no pasase, pues quería demostrar a todo el
mundo que estaban equivocados con ella. Cada nota se elevaba y descendía con
rabia fracturando la coraza que tuviera en ese momento ella en su interior. Con
cada latido pulsaba una tecla haciendo más fácil añadir notas a la partitura
que más tarde destruiría a base de lágrimas de alegría. En cada una de ellas
depositaba un recuerdo amargo y un nombre, de esta manera pulsaría las teclas
con más odio y con más rapidez.
Si una sinfonía tenía tres partes, la suya se estaba
haciendo más larga e irregular con el tiempo, tanto que no sabía cómo debía acabar.
Tal vez un beso, tal vez un adiós, la cuestión es que tenía que decidirse ya.
Entonces se fue deteniendo poco a poco, tocando con
más lentitud y a su vez más dulzura. La canción verdadera que marcaria su vida se encontraba fuera de aquel teatro
abandonado, ¿debía tomarla?
Tomo aire y se dispuso a tocar las últimas notas,
terminando aquella infernal sinfonía en Si